“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»

Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa” (Jn. 19, 25-27).

La madre que le dio a luz, y que colaboró en su formación, conoce el auténtico ejercicio de la libertad que humaniza,  pues ella lo ha practicado desde antes de su nacimiento en el fiat, “que se cumpla en mí tu palabra…”(cfr. Lc. 1, 38.) El fruto de ese ejercicio de amor y obediencia al Autor de la vida, produjo frutos en ella de paz, armonía, aunque alrededor del mismo hubieron incomprensiones de personas muy íntimas como la de su prometido José. Ella puso toda su confianza en Dios y le dejó actuar en un sí que tomó toda su existencia, haciéndose carne en su carne. Su sí tuvo un rostro, el de Jesús, el Salvador…la buena Noticia prometida y cumplida…

Y al pie de  la cruz, puede observar con ojos de amor en su Hijo crucificado, a un hombre libre que “dio su vida voluntariamente por amor sin que nadie se la quitara” (cfr. Jn. 10,18).  Asume junto a su Hijo el  ejercicio de su libertad sin resignarse a la muerte, sino abierta al Dios de la Vida en quien tiene puesta toda su confianza y del que espera la Buena Noticia del triunfo de la vida sobre la muerte.

 

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Foto Principal por Lawrence OP

 

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