La oración personal y familiar diaria es el punto central de nuestra vida para mantenernos cerca de Dios y lejos del pecado, Jesucristo es el Camino, La Verdad y la Vida (Juan 10,7). Jesucristo nos ofrece su cuerpo a comer y su sangre a beber como camino, verdad y vida para llegar al Padre. Jesucristo como verdad pura es ejemplo a seguir en nuestras vidas pese al engaño y presión social. La verdad brilló resplandeciente el día de Pentecostés, librándonos de una vez y para siempre de las cadenas de la obscuridad y la mentira. Por lo que la verdad es Dios y solo en Dios podremos ser también nosotros la verdad, el camino y la vida para nuestros hijos y prójimo.
La verdad, se manifiesta en nuestra conducta fortalecida en la Eucaristía frecuente muy en especial los días domingos y días de fiesta religiosa. La Eucaristía es la oración suprema muestra del amor inmensurable de Dios que nos ha resucitado a la vida. La Eucaristía pudiésemos decir nos convierte en “Eucaristizados” por el amor de Dios sin importar nuestra naturaleza pecadora.
La Eucaristía como alimento del alma y tambien del cuerpo, nos nutre para mantenernos fieles a Cristo, seguros que solo en El podremos atravesar la puerta angosta para entrar al Reino de los Cielo. Esta puerta es tan angosta que nadie puede pasarla solo. (Lucas, 13,10-35). El señor nos invita a todos sin excepción a su mesa en cada celebración Eucarística, sin alimento de su Cuerpo y bebida de su Sangre el debilitamiento, enfermedad y muerte es inevitable. La comunión en forma sacramental es para todos aquellos preparados anticipadamente con el Sacramento de la Reconciliación con un sacerdote católico y la comunión espiritual es el anhelo ferviente de recibir a nuestro Señor en nuestro corazón con la seguridad que El entra a nuestra alma para quedarse en ella.
El Tabernáculo, es donde el Señor impacientemente aguarda para pedirnos humildemente prestado nuestro cuerpo y alma para salir del Tabernáculo a continuar su obra a través de nosotros. A través de nosotros el Señor, habla, camina, ve y obra, porque al Señor le gusta invitarnos a participar en su obra, parecería que al Señor no le gusta actuar solo.
Esto requiere que nuestra actitud debe estar a la disposición de Dios para que El realice su obra monumental. Recordemos que nosotros nos encargamos de las cosas pequeñas, que las grandes están reservadas solo a Dios.
Estas obras pequeñas que nos corresponde hacer, es reconocer con sinceridad y compromiso nuestras fallas con nuestro prójimo [esposo(a), hijos, etc.] a ser mejores, a crecer y dar frutos en abundancias. En nuestros pueblos latinos, en tiempos pasados los sacerdotes al final de la misa como saludo nos despedían diciendo, ¡vayan con Dios! Con un Dios que ha entrado a su corazón para quedarse permanentemente, lo que falta en creer y sentir su presencia admirando su obra maravillosa en nosotros y toda la creación.
(Nota) Se terminó de escribir esta reflexión teológica la tarde de la Transición de San Francisco de Asis, 3 de octubre, 2013.
2013 © Dr. Gabriel Martinez. Todos Derechos Reservados.
Foto principal por www.bluewaikiki.com y Eucaristia por limaoscarjuliet