El asesinato de Abel por parte de Caín representa la posibilidad que tiene todo ser humano de rechazar su propia vocación originaria, aquello que le permitiría un desarrollo más pleno: la fraternidad. Negar esta realidad constitutiva al sujeto humano, conlleva al rechazo de toda relación positiva y humanizadora que podamos construir con los demás, como es la responsabilidad ética de cuidar y proteger a la vida del otro, o asumir la causa de las víctimas más allá de toda ideología o visión partidista, e incluso una visión de país donde no exista la exclusión y la discriminación en ningún ámbito.

hand-782688_640.jpgPor ello, la apuesta por la fraternidad no es una mera cuestión religiosa. Ella comporta claras consecuencias para el desarrollo social y el bienestar personal. La revolución francesa la asumió como un principio clave para la nueva sociedad, pero luego fue borrada del léxico sociopolítico hasta 1948, cuando fue reconocida en el primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarsefraternalmente los unos con los otros».

El Génesis aporta una clave fundamental. Considera a la fraternidad como la pregunta radical de la existencia humana: «¿dónde está tu hermano?». La respuesta de Caín es penosa y provocadora: «no lo sé, ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Representa el sinsabor de quien se desentiende del otro, de quien vive su cotidianidad con indolencia incluso hasta romper con todo vínculo humano con tal de justificar su propio fin. Tal actitud desencadena un proceso de deshumanización que, luego, no tendrá vuelta atrás. Marca un punto de no retorno.

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2015 © Theology de Hoy/ Rafael Luciani. Todos Derechos Reservados.


 

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