Una señora decía tener un problema de audición y cada vez que se reunía con sus amigas tenía que preguntarles de qué hablaban. Un día decidió ir al especialista del oído para hacerse un examen. El doctor le dijo que tenía los medios más modernos pero que iba a usar el medio tradicional. Sacó su reloj del bolsillo y le preguntó si podía oír el tictac del reloj. Por supuesto, lo oigo muy bien, le contestó.  El doctor se alejó unos siete metros y, de nuevo, le preguntó si seguía oyendo el tictac.  Sí todavía lo puedo oír, contestó.

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El doctor salió del despacho y le preguntó: ¿y ahora oye el tictac?

Sí, lejano, pero lo oigo.

El doctor se sentó frente a la señora y le dijo: Su problema no es de audición. Su problema es de escucha. Usted no sabe escuchar.

Dios no te deja mensajes en la grabadora ni te envía faxes ni emails ni sabe el número de tu celular pero Dios sabe tu nombre y te llama por tu nombre. Te dijo un día en tu bautismo: Tú eres mi hijo/a, yo te quiero. Y te lo sigue diciendo también hoy.

Dios no habla como yo, pero habla.  Dios no llama a la puerta de los apartamentos como yo, pero llama a la puerta de tu corazón.

Y es que Dios no está en la superficie de las cosas, de las palabras o de las miradas, Dios está en la profundidad de tu vida y de tu ser. Ahí has de encontrar su voz, su llamada y su amor. En la profundidad.  Dios llamó al joven Samuel cuatro veces mientras dormía. Y como no  conocía la voz de Dios fue a Elí, el sacerdote, y le dijo: “Aquí estoy, ¿para qué me llamaste? Era la única voz que conocía y quería ponerse a su disposición. Elí le dio esta consigna, si vuelves a ser llamado contesta: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.  Samuel creció y el Señor estaba con él. Y todo lo que el Señor le decía se cumplía:”[1]

¿Cómo escuchamos al Señor hoy en día? ¿Sabemos escucharlo?

200px-Saint_Augustine_of_HippoPara disponernos a escuchar al Señor necesitamos estar en la misma sintonía y uno de los problemas que no permite estar en esta sintonía y nos ha marcado a cada uno de nosotros y nadie esta exento de esto es la envidia.  ¿Cómo lo define la Iglesia? Lo define de la siguiente manera como un pecado capital. Designa la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente. San Agustín veía en la envidia el “pecado diabólico por excelencia” (ctech. 4,8). “De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad” (s. Gregorio Magno, mor. 31,45).

Y ¿cómo se concretiza esta envidia hoy en día? De la misma manera como se narra en el relato de Abel y Caín, hoy inclusive pudieran decir “¿Cómo tu tan joven puedes estar allí?” o “¡Nunca podrás predicar o ser grande como el/la compañero(a) que lleva muchos años en esto!” o “¡Lo hiciste bien pero yo hubiera hecho!” o “¡Así no es, Yo si se!” o el peor de todos “¡porque a el/ella sí y a mí no!”.  Esto va en contra del propio evangelio y va en contra de la propia naturaleza de ser cristiano.  Como diría San Ignacio de Loyola “no es el modo de proceder”.  El Papa Francisco recientemente dijo lo siguiente:

“¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.”[2]

También recordemos las mismas palabras del Señor Jesus,

Ves la pelusa en el ojo de tu hermano, ¿y no te das cuenta del tronco que hay en el tuyo?  ¿Y dices a tu hermano: Déjame sacarte esa pelusa del ojo, teniendo tú un tronco en el tuyo?  Hipócrita, saca primero el tronco que tienes en tu ojo y así verás mejor para csacar la pelusa del ojo de tu hermano” (Mt 7, 3b-5).

Para poder escuchar la voz del Señor, la voz del Espíritu tengo que reconocer mis fallas y para esto se necesita la humildad, ser pobres de espíritu donde reconozcamos que no somos grandes ni mucho menos perfectos, al contrario comencemos a reconocer que el mundo no gira a nuestro alrededor, que no podemos ser autosuficientes, que no somos “YO” el Mesías sino que aprendo a decir las palabras del propio Juan el Bautista,

Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30).

Es muy lamentable ver como pequeños grupos parroquiales o cristianos en general se dejan dominar y paralizar por la envidia y no dejarse guiar por el espíritu que trae paz, armonía y sentido de trabajar en comunidad.  Estos grupos son tóxicos para la vida de la Iglesia ya que ellos mismos se destruyen e infectan a los demás, siempre una persona envidiosa es una persona negativa.  En el evangelio de Mateo Nuestro Señor Jesucristo nos dice que hace a una persona impura

Lo que hace impura a la persona es lo que ha salido de su propio corazón. Los pensamientos malos salen de dentro, del corazón: de ahí proceden la inmoralidad sexual, robos, asesinatos, infidelidad matrimonial, codicia, maldad, vida viciosa, envidia, injuria, orgullo y falta de sentido moral. Todas estas maldades salen de dentro y hacen impura a la persona.” (7, 20-22).

Cuantos necesitamos escuchar esto, el Señor habla a través de su palabra, obra a través de su Iglesia y celebra su victoria en los Sacramentos. Para vencer a la envidia, una vez mi director espiritual me recomendó lo siguiente “Cuando tengas conversación o veas a alguien trata siempre de grabarte en tu corazón que al que ves es a Jesucristo y con quien conversas es con Jesucristo” Reconozco que esto no es fácil para nadie pero no es imposible, los grandes santos han dado muestra de ello y para esto necesito la ayuda de Dios para que así el pasaje de proverbios se quede grabado en mi interior,

La paz del corazón fomenta la salud, pero la envidia corroe los huesos” (Prov. 14,30).

Una vez que escucho su voz tengo que aprender a reconocer que él me habla y que antes de hablar es necesario escuchar porque Dios habla en el silencio de tu corazón, y a la vez tengo que ser luz para las naciones, y hay dos maneras para difundir la luz “Ser la vela, o el espejo que la refleja”.  De hecho hay un refrán que se dice en la oración “No ores hasta que Dios te escuche, ora hasta que lo escuches a él”

Pregúntate ¿Están mis sentidos en la misma sintonía que el Señor? ¿Le puedo escuchar y reconocer?

“Se Quedaron Aquel Día”

JesusJuan nos dice que los discípulos “Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día” Nuestras vidas son una búsqueda constante, no nos hagamos falsas nociones pensando que el trabajar, educar y criar a nuestros hijos, o mejorar nuestro estatus social o relación de pareja nos van a llevar al lugar seguro de la felicidad, pueden ayudar pero no son la meta.  Por lo tanto, no nos hagamos ciegos y pensemos que por haber alcanzado sueños hemos llegado al final de nuestra búsqueda.  He escuchado personas decir “soy feliz, que más le puedo pedir a la vida”, pensar que la felicidad es esporádica y breve es un espejismo.  El evangelio de Juan dice “yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud” (10,10) Si permitimos que estos momentos bellos de la vida ofusquen nuestra búsqueda hemos perdido el gran tesoro, la gran perla, y esa búsqueda debe ser continua, debe ser renovada, debe crecer y debe de madurar, la búsqueda no es fácil pero si nos enganchamos de Cristo, si reclinamos nuestra cabeza al corazón del Señor “Quien es el camino, la verdad y la vida” el nos conducirá al Padre, ya que por si solos no podemos y entenderemos las palabras del Señor “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. 29 Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. 30 Pues mi yugo es suave y mi carga liviana.»” (Mt 11,28-30).  En él está la verdad libre de engaños y mentiras, esta búsqueda que se puede traducir por “sed de Dios” es lo que dijo San Agustín “porque nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”  Esta búsqueda que cuestiona el propósito de mi vida, que me hace y debe hacerme cuestionar “quien soy yo para que te fijes en mi Señor? Esta búsqueda hoy se renueva especialmente en este tiempo de Cuaresma.

 

Oración Final

Solo Tú
Porque nuestros proyectos se desmoronan y fracasan
y el éxito no nos llena como ansiamos.
Porque el amor más grande deja huecos de soledad,
porque nuestras miradas no rompen barreras,
porque queriendo amar nos herimos,
porque chocamos continuamente con nuestra fragilidad,
porque nuestras utopías son de cartón
y nuestros sueños se evaporan al despertar.
Porque nuestra salud descubre mentiras de omnipotencia
y la muerte es una pregunta que no sabemos responder.
Porque el dolor es un amargo compañero
y la tristeza una sombra en la oscuridad.
Porque esta sed no encuentra fuente y nos engañamos con tragos de sal.
Al fin, en la raíz, en lo hondo, sólo quedas Tú.
Sólo tu Sueño me deja abrir los ojos,
sólo tu Mirada acaricia mi ser,
sólo tu Amor me deja sereno,
sólo en Ti mi debilidad descansa
y sólo ante Ti la muerte se rinde.
Sólo Tú, mi roca y mi descanso

Javi Montes, sj[3]

2014 © Adrian Alberto Herrera.  Todos Derechos reservados.

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