Muchos recordarán el Catecismo escrito por el Jerónimo Martínez de Ripalda SJ en 1616. Su influencia siguió hasta mediados del siglo XX. Presentaba a un Jesús maestro que enseñaba la sana doctrina cristiana: «credo, mandamientos, oraciones y sacramentos». Esto dio forma a un estilo devocional y ensimismado, muy distante y olvidadizo, desplazando la centralidad de la praxis fraterna de Jesús como aquello que da sentido al cristianismo.
Quizás debamos preguntarnos si leemos los Evangelios y nos relacionamos personalmente con Jesús, o nos limitamos a practicar el culto. Podemos estar ante a un estilo de catolicismo que ha olvidado lo central, como es la puesta en práctica del Reino predicado por Jesús, como lo ha recordado el Papa Francisco.
En un ambiente donde el cristianismo se comprendía doctrinariamente, creció Angelo Roncalli, el futuro Papa, elegido a los 77 años, que llevaría por nombre Juan XXIII. Su ministerio transcurrió como delegado apostólico del Vaticano en Bulgaria, Turquía y Grecia. Fue admirado por salvar la vida de tantos judíos durante el Nazismo, obviando protocolos diplomáticos y poniendo en riesgo su vida. Luego de la guerra fue enviado como Nuncio a Francia para reconciliar a una Iglesia dividida por la presencia de obispos colaboracionistas con el Nazismo. Terminó ganándose el corazón del pueblo. Fue luego nombrado Patriarca de Venezia donde permaneció hasta su elección como el Papa número 261, desde 1958 hasta 1963. Este hombre, de gran sencillez, fue teológicamente cercano a la nouvelle théologie francesa y al movimiento litúrgico alemán. Lo rodeaban aires de reforma.
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