“Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos a un Cristo sin la cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, y podemos ser obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”. Con estas palabras se dirigió el nuevo papa Francisco al Colegio Cardenalicio en la eucaristía que presidió el 14 de marzo del 2013. Son palabras que recuerdan las que Jesús dijo para definir lo esencial de quien se llame cristiano: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra y la ponen en práctica” (Lucas 8,21). ¿Por qué son tan importantes estas palabras?
En primer lugar, dan continuidad al gesto de la renuncia de Benedicto XVI, que criticó a las estructuras eclesiásticas de poder, desacralizó la figura del Papado, y le devolvió su carácter funcional y de servicio. En segundo lugar, las dirige a la jerarquía eclesiástica acostumbrada al trato solemne y sacral que separa a los sujetos según sea su pertenencia y posición en la Iglesia, o en la sociedad. Tercero, definen, con toda claridad, lo que es esencial para ser cristiano, como es el seguimiento de Jesús. Todo lo demás es añadidura.
El cristiano, pues, continuó diciendo el Papa en su homilía, debe “caminar siempre en presencia del Señor, a la luz del Señor, buscando vivir con aquella irreprochabilidad que Dios le pidió a Abraham en su promesa”, es decir, con una fe que se manifieste en la transparencia de la propia vida, dándose todo y sin reservas a los más pobres y a Dios. Una fe que viva de la confianza, la compasión y el servicio.Viviendo así, se puede pensar en edificar a la Iglesia ante la crisis que atraviesa. De otro modo, no se puede, porque ella debe vivir aquello que está llamada a testimoniar en medio del mundo; y, como cuerpo de Cristo, debe estar sostenida por la “piedra angular que es el mismo Señor”, antes que por intereses mezquinos y mundanos. Lo esencial no es el poder ni el dinero, ni el ser Papa o sacerdote, sino vivir con el mismo espíritu de Jesús. Ser discípulos verdaderos.
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