En el concilio Vaticano II se ha reafirmado la legitimidad del culto a la Madre del Señor. Este culto se coloca por encima del que se le rinde a cualquier otra creatura, por “la gracia de Dios y después de su Hijo fue exaltada (…) por ser la Santísima Madre de Dios que tomó parte en los misterios de Cristo” (Cfr. LG 66 y 67). Al mismo tiempo difiere esencialmente del culto de adoración que se presta al Verbo encarnado, al Padre y al Espíritu Santo (Cfr. MC 56).
¿De dónde surgió este culto especial a María? Nació espontáneamente de la fe y del amor filial del pueblo de Dios y se ha convertido, según Pablo VI, en un “elemento intrínseco del culto cristiano.” Pues “la misión maternal de la Virgen empuja al Pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a aquella que está siempre dispuesta a acogerlo con afecto de madre y con eficaz ayuda”(MC 56). La veneración a la “Madre del Señor” (MC 58) es un culto integrante del culto cristiano. Una desviación es la mariolatría que el teólogo González Dorado no admite que exista en la devoción popular, pues “la cultura popular latinoamericana actúa en la mariología como un factor positivamente “antilátrico,” delimitando con exactitud teológica el puesto que le corresponde a la María Pascual” (Cfr. GONZÁLEZ DORADO, A., 1988,p.106).
El pueblo reconoce su mediación de intercesión ante Dios por sus necesidades. Por lo cual, “la piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel en ocasión de crecimiento en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la ´Llena de gracia´ (Lc 1,28) sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión en El, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo el hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo (cfr. Rom 2,29; Col 1,18) (Cfr. MC 57)”.
Es decir que el sujeto del culto mariano es el Espíritu Santo que habita en los fieles motivando las diversas expresiones de piedad y le corresponde al Magisterio eclesial y a la teología el discernimiento y las competencias propias en este campo. La Iglesia tiene la misión de regular, guiar, estimular la piedad mariana. El “lugar teológico” para conocer ese culto es el pueblo (Cfr. DE FIORES, S., 1987, p. 353).
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