“No se es cristiano a “tiempo parcial”, sólo en algunos momentos, en algunas circunstancias, en algunas opciones. No se puede ser cristianos de este modo, se es cristiano en todo momento.”[1] Muy a menudo nos dejamos acarrear por las preocupaciones de la vida y perdemos el verdadero sentido el de por qué estoy yo aquí, ¿Cuál es el propósito de mi vida? Algunos dirán “a veces las cosas no me salen como yo planeo”, o “he perdido el sabor y la alegría de hacer las cosas con amor”, “lo único que recibo son órdenes y una lista inmensa de tareas por hacer” o “me he dejado llevar por la rutina de la vida”. Algunos dirán, “mi vida es un desorden” o “he fallado muchas veces que me siento indigno de acercarme a ti Señor”, o tal vez dirán “¿Señor no sé cómo acercarme?”
Todas esas cuestiones tal vez los discípulos la tenían y fueron respondidas cuando “Jesús les dijo: «Vengan y lo verán.» Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día.” A lo cual nos lleva ¿Qué los cautivo tanto como para que pasarán el resto del día con Él, y después dejaran todo y lo siguieran? Lo interesante es que Jesús les dice que “Vean” por qué es a través de nuestros sentidos que podemos captar la presencia del gran Misterio que habita en Jesús. “Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él.”[2] La primera invitación que Jesús hace a toda persona que ha vivido el encuentro con Él, es precisamente la de ser su discípulo, para poner sus pasos en sus huellas y formar parte de su comunidad. Es esta experiencia de los discípulos, este encuentro personal con Jesús que hay una conversión en sus corazones, ya no son los mismos discípulos, ahora sus inquietudes tienen sentido, sus preocupaciones se desvanecen pero sobre todo han rejuvenecido, han encontrado la paz y la alegría de estar con el Mesías, el amor de Dios encarnado. ¡Nuestra mayor alegría es ser discípulos suyos! Estar con él produce un gozo inmenso, escucharlo hablar y verlo obrar produce una inmensa alegría. “La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la alegría de Jesús. ¡No nos durmamos!”[3]
La Biblia nos dice “fueron y vieron donde vivía” y yo personalmente añadiría una cosa más, al ver donde vivía lo conocieron, hay una gran diferencia entre saber y conocer. Usted puede saber sobre la mecánica pero la ¿conoce para decir puedo aplicar la mecánica? Usted tal vez pueda saber sobre tintes de pelo pero sabe ¿cómo aplicar un buen tinte de pelo si se lo piden? Usted tal vez pueda saber de matemáticas pero las ¿conoce bien para poderlas aplicar en proyectos de ingeniería o finanzas? Usted tal vez pueda saber las reglas del boxeo pero puede usted describir que se siente al recibir un gancho al hígado si nunca ha recibido uno, lo mismo sucede cuando establecemos una relación.
Supongamos que hay dos chicos de 16 años juntos en la preparatoria y están en el mismo salón de clases donde una bella chica capta la atención de uno de ellos (Javier). Javier regresa todos los días con su compañero de clase y lo único que hace es hablar de esta muchacha, de su pelo, de su rostro, de sus gustos, o del tipo de ropa que usa, pero le da miedo o tal vez timidez acercarse y hablar con ella. Al pasar de las semanas, Javier se dispone y se arma de valor para acercarse a esta chica, pero vaya sorpresa, la chica ya tiene novio y es otro compañero de clase. Mientras Javier sabía algo de ella y pasaba sus horas hablando de ella, el otro muchacho hablaba con ella y la iba conociendo. Así sucede nuestra relación hacia Dios, muchos saben de él, inclusive pasan horas hablando de él, pero no se atreven acercarse a comulgar, mucho menos hablar con él, por lo tanto la relación no ha crecido y mucho menos ha madurado.
En esta cuaresma, es precisamente esto, cuando los cristianos mudamos la piel del corazón, de dejarnos transformar, de tener nuestros corazones de roca que se han endurecido ya sea por los golpes de la vida, las malas jugadas, las puñaladas que tal vez no esperábamos y este corazón se ha vuelto duro pero tiene muchas grietas o cicatrices que si permitiéramos que el Cuerpo y Sangre del Señor entrara en nosotros desprendería y haría de estas grietas más grandes para que al final, estas grietas ya no tengan de donde prenderse ya que la misma grieta rompe la roca y esa roca dejaría de existir para dar paso y dejar que el corazón de carne salga a relucir y es por eso que necesitamos el desierto. En el desierto hay escasez de todo, de agua, de distracciones, hay escasez de alimentos, hay escasez de entretenimiento, hay escasez de trabajo y la imagen del desierto puede pensarse en total aridez y desolación, donde las mañanas son extremadamente calientes y las noches extremadamente gélidas y se me viene a la cabeza las imágenes de nuestros hermanos inmigrantes que dejan sus tierras, sus terruños para viajar a un país desconocido, una cultura diferente, un idioma distinto, un modo de vivir distinto y cruzan por los crueles desiertos de este país, recemos por cada uno de ellos.
Pero también, el mismo desierto es una paradoja, en el desierto puede haber escasez de todo menos de dos sujetos muy importantes, el Creador y usted. Es en el desierto donde uno entra en ese examen de conciencia para purificar y quitar esas cadenas, el desierto es la penitencia íntima del espíritu, el lugar de la lucha entre Dios y el ángel del mal, el lugar de la tentación pero sobre todo, es oración. Solamente cuando aprendemos a despojarnos de cosas tan queridas y aprendemos a exiliarnos de nosotros mismos, uno comienza a tener a Dios a la vista y comienza a mirar con una visibilidad nueva a los hombres. Ese desierto todos los tenemos, mi desierto es ese lugar donde mejor se descubre el conflicto de las pasiones. En mi desierto la Palabra de Dios se convierte en maná que nutre y en agua que apaga la sed. Ir al desierto es caminar con Dios hacia la libertad, abandonando los valores esclavizantes de la sociedad. En el desierto, donde es tierra sin caminos, se comprende mejor que el camino de Dios es su actividad salvadora.
Y ¿Cuál es ese camino de Dios? Es actuar siempre según su voluntad. En el desierto también nos topamos con aquello que no nos gusta, con aquello que me incómoda, con aquello que se que tengo que cambiar y a la vez entra el tentador, el Padre de la mentira (Cf. Jn, 8,44), aquel que nos confunde, nos infla el ego y nos hace creer que somos autosuficientes, que nos dice que no necesitamos de Dios, que no creamos en él. Es en el desierto donde uno debe de penetrar a esos rincones obscuros de nuestra vida y pedirle al Señor que envié su Espíritu Santo ya que necesito su gracia para cambiar de rumbo y orientar mi vida hacia Él, así como Jesús hizo con Pedro al caminar sobre las aguas.
“Antes del amanecer, Jesús vino hacia ellos caminando sobre el mar. Al verlo caminando sobre el mar, se asustaron y exclamaron: «¡Es un fantasma!» Y por el miedo se pusieron a gritar. En seguida Jesús les dijo: «Ánimo, no teman, que soy yo.» Pedro contestó: «Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti caminando sobre el agua.» Jesús le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y empezó a caminar sobre las aguas en dirección a Jesús. Pero el viento seguía muy fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «¡Señor, sálvame!» Al instante Jesús extendió la mano y lo agarró, diciendo: «Hombre de poca fe, ¿por qué has vacilado?» Subieron a la barca y cesó el viento, y los que estaban en la barca se postraron ante él, diciendo: «¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!» (Mt 14, 25-33)
Este pasaje nos debe ayudar a comprender ‘que solo no puedo acercarme a ti Señor, son tantos mis pecados y mis ofensas en contra tuya Señor que me siento indigno, el demonio me confunde con sus seducciones y creo que voy por buen camino cuando me doy cuenta de mi error’. Algunos piensan que en esta Cuaresma, Dios es un simple aguafiestas, que quiere arruinar la diversión que la vida ofrece, que Dios es un Dios triste y que no quiere que disfrutemos ya que son tantas las cosas fascinantes que nos atraen, pero… ¡¡¡Qué fastidio!!! tenemos que renunciar a ellas en nombre de una supuesta perfección. Y si lo vivimos así nos quedamos con las ganas, medio molestos y pesarosos por la renuncia… Por eso es propicio que le pidamos al Señor, Líbranos, Señor, de esos espejismos que prometen vida y esconden vacío.
Es en el desierto también donde nos da miedo a estar solos porque nos encontramos inmunes, estamos tan acostumbrados y tan saturados de que el ruido y la distracción del mundo constantemente envía mensajes para que la persona se sature de todo este ruido y no hagamos espacio para el silencio de Dios. Si el desierto de nuestras vidas gritaran que ensordecedor ruido habría en este mundo, ya que todos estamos heridos y es en este dolor de nuestras almas que el Señor Jesús quiere hablarte, quiere limpiarte, quiere tomar tus heridas y curarlas. Y creemos que en el desierto de nuestras vidas es para esconderlas, hacerlas a un lado, es más cuando el hombre piensa que alejándose de Dios se encontrará, vaya sorpresa su existencia fracasa. Medite y reflexione sobre las siguientes cuestiones mientras escucha este canto de meditación.
¿Qué hago para callar el pecado de la crítica? ¿Qué hago para evitar la calumnia contra mi hermano? ¿Cuál es mi desierto? ¿Cuáles son mis lagunas físicas, mentales, espirituales y emocionales? ¿De que tengo hambre y sed?
Oración
Señor!.
Cuando me encierro en mí,
no existe nada:
ni tu cielo y tus montes,
tus vientos y tus mares;
ni tu sol,
ni la lluvia de estrellas.
Ni existen los demás
ni existes Tu,
ni existo yo.
A fuerza de pensarme, me destruyo.
Y una oscura soledad me envuelve,
y no veo nada
y no oigo nada.
Cúrame, Señor, cúrame por dentro,
como a los ciegos, mudos y leprosos,
que te presentaban.
Yo me presento.
Cúrame el corazón, de donde sale,
lo que otros padecen
y donde llevo mudo y reprimido
El amor tuyo, que les debo.
Despiértame, Señor, de este coma profundo,
que es amarme por encima de todo.
Que yo vuelva a ver (Lc 18, 41)
a verte, a verles,
a ver tus cosas
a ver tu vida,
a ver tus hijos….
Y que empiece a hablar,
como los niños,
-balbuceando-,
las dos palabras más redondas
de la vida:
¡Padre Nuestro!
Ignacio Iglesias, sj[4]
[1] http://www.vatican.va/holy_father/francesco/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130515_udienza-generale_sp.html
[2] http://www.vatican.va/holy_father/francesco/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130407_omelia-possesso-cattedra-laterano_sp.html