Escuché no hace mucho que la sobreinformación nos desborda, la información en este mundo, las tantas palabras que existen en el castellano.  Recientemente la Real Academia Española indico en un periódico de España que en su diccionario hay solamente 88,000 palabras sin contar las variantes.  88,000 palabras más le añadimos toda la información que se acumula alrededor del mundo, es difícil acumular tantos datos, compartirlo todo o disfrutarlo todo. Es algo que se cuela en nuestras vidas, en nuestros momentos personales, en los más íntimos incluso. La sobreinformación nos mantiene atados, nos genera agobio, a veces que no nos deja respirar, ni ser nosotros mismos. Y Jesus obviamente no está hablando de este sentido de palabra que se oye por audición, sino de esa palabra que se escucha y se hace carne, el Verbo Encarnado, que lleva a la felicidad y esta felicidad que Cristo nos ofrece es tan luminosa y clara que mucha gente no la ve. Él se ofrece como el Mana bajado del cielo y aun así muchos confundimos su mensaje con estrellas del antojo e ilusiones superficiales y endebles. Es más fácil perseguir la felicidad barata que este mundo ofrece a través de los sentidos, aquello que podemos consumir, aquello que podemos fácilmente sentir, que escuchar sus palabras que son espíritu y verdad. Pero, claro, cuando a veces esta felicidad verdadera se oculta, nos acobardamos y él nos recuerda que las palabras que nos ha dicho son espíritu y vida.  El mismo Nicodemo tiene dudas y cuestiona a Jesús:

“Nicodemo le dijo: «¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre para nacer una segunda vez?» Jesús le contestó: «En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.  Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Necesitan nacer de nuevo desde arriba”.  El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu.»” (Jn 3, 3-8) 

Al otro lado de la ventana

windowDos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenía que estar todo el tiempo boca arriba. Los dos charlaban durante horas. Hablaban de sus mujeres y sus familias, sus hogares, sus trabajos, su estancia en el servicio militar, donde habían estado de vacaciones. Y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana.

El hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas, en que su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todas; las actividades y colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y cisnes jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista de la línea de la ciudad. Según el hombre de la ventana describía todo esto con detalle exquisito, el del otro lado de la habitación cerraba los ojos imaginaba; la idílica escena.

Una tarde calurosa, el hombre de la ventana describió un desfile que; estaba pasando. Aunque el otro hombre no podía oír a la banda, podía verlo, con los ojos de su mente, exactamente como lo describía el hombre de la ventana con sus mágicas palabras. Pasaron días y semanas. Una mañana, la enfermera de día entró con el agua para bañarles, encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. Se llenó de pesar y llamo a los ayudantes del hospital, para llevarse el cuerpo.. Tan pronto como lo considero apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado a la cama al lado de la ventana. La enfermera le cambia encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió de la habitación.

Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre el codo, para alzar su primera mirada al mundo exterior; por fin tendría la alegría de verlo el mismo. Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de la cama… y se encontró con una pared blanca. El hombre pregunta a la enfermera que podría haber motivado a su compañero muerto para describir cosas tan maravillosas a través de la ventana. La enfermera le dijo:

“Quizás solo quería animarle a usted”.[1]

Es una tremenda felicidad el hacer felices a los demás, sea cual sea la propia situación. El dolor compartido es la mitad de pena, pero la felicidad, cuando se comparte, es doble. Hoy es un regalo, por eso se le llama el presente, y en esto también consiste la santidad, en caminar juntos por que la meta es la cruz que nos debe llevar al cielo prometido, la vida eterna.

Pregúntese

¿Por qué me resulta difícil seguirle?

Es el mismo espíritu de Cristo Jesús que me renueva pero a veces señor me siento solo, mi vida no es vivir.  Reconozco que soy muy frágil, mi vida es un desierto, los días son oscuros y las noches sin final, no hay ningún amigo, mi vida es soledad.  A veces me pregunto cómo puedo vivir, sin luz, sin alegría, sin nadie junto a mi…Mas no encuentro respuestas, silencio hay en mi ser, en mi alma hay un vacío de desamor a vencer.  A veces siento deseos de llorar, de contarte mis penas, tu que todo lo ves, puedes darme respuesta, puedes darme la fe.  Mírame Señor, te seguiré, te tuve entre mis brazos, anoche te soñé, sentí que me mirabas diciéndome.  Escucha me dijiste, abre tu corazón, no me cierres tu alma, la respuesta soy yo.  El corazón del hombre fue echo para amor, y sin amor no vive se muere en soledad, las palabras que les he dicho son espíritu y vida.  Y en esto consiste la santidad, donde todos somos llamados, todos somos llamados a un nuevo comienzo en Cristo Jesús, todos somos llamados a renovarnos. Jesús envía su Espíritu a renovar la tierra y los corazones. Lo promete momentos antes de morir, y apenas resucitado lo cumple. Es el mejor legado que nos podía dejar. Con la fuerza del Espíritu vivida Él y ha llevado a cabo su obra. Tenemos un manantial de vida y de energía espiritual. Dondequiera que el Espíritu interviene suscita no solo fe, amor, esperanza, sino hombres creyentes, amantes, esperantes, y debido a eso trae la alegría de ser cristiano, la alegría de ser Católico.  Y esta alegría de estar con Jesús hace que sus palabras sean espíritu y vida y que se encarnen en mí.  “Los apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39).”[2]

A veces me detengo a reflexionar sobre lo que la otra persona pensara de mi o que cosas le preocuparan, especialmente aquellas personas que nos topamos y que consideramos difíciles en tratar, que todo el tiempo se la pasan quejando y todo lo ven negro, que son miserables porque no tienen ni siquiera un momento de alegría, a veces quisiéramos aplicar el dicho de Martin Valverde “Dios Mío Ilumínala, o mejor dicho Dios mío elimínala”.  A todas esas personas, hay que ponerlas en nuestras oraciones, necesitan de nuestro ejemplo, necesitan de nuestra alegría, necesitan de nuestra fe, necesitan de nuestro amor.  Es el mismo espíritu y la vida de nuestro Señor quien nos impulsa a salir de nosotros mismos, de romper esos egos que tenemos dentro, que aprendamos a doblegar el orgullo, es el mismo espíritu de Jesús que cuando estoy triste, abatido es el que me levanta, me abre los ojos a la verdad, es el mismo espíritu de Jesús que resucito a Lázaro. Sus palabras son espíritu y vida y como discípulo las he hecho mías pero también me cuestiono ¿Cuántas palabras no hemos escuchado? ¿Cuántas palabras no hemos sentido? Pero también ¿Cuántas malas palabras hemos escuchado y desde nuestra misma boca hemos maldecido?  Se me viene una vez la imagen de la lengua, la lengua de serpiente que es difícil dominar pero fácil en destruir, en despedazar, en difamar en lastimar, esa lengua que dicen palabras que escupen veneno, no escupen amor.  ¡Cuántas veces Señor te ofendido! ¡Cuántas veces Señor se me ha olvidado aplicar las tres rejas! Te comparto la siguiente reflexión.

Contra Quien luchamos

Había un ermitaño que se quejaba muchas veces que tenía demasiado quehacer. La gente preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo. Les contestó: “Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter a un león”. No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives. ¿Dónde están todos estos animales? Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron. Porque estos animales los tienen todos los hombres, ustedes también. Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que domarlos para que sólo se lanzan sobre una presa buena, son mis ojos. Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan. Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir, son mis dos manos. Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles. Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me gusta, son mis dos pies. Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas. Siempre está lista por morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño, es mi lengua. El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día, es mi cuerpo. Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso, es mi corazón.[3]

 Reflexiona

 ¿Hay alegría en tu vida? ¿Hay algo en tu vida que hay que dominar? Escucha la melodía del siguiente canto

 

Oración final

En Busca de Dios
“¡Te necesito, Señor!,
porque sin Ti mi vida se seca.

Quiero encontrarte en la oración,
en tu presencia inconfundible,
durante esos momentos en los que el silencio
se sitúa de frente a mí, ante Ti.

¡Quiero buscarte!
Quiero encontrarte dando vida a la naturaleza que Tú has creado;
en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro,
y en la profundidad de un bosque
que protege con sus hojas los latidos escondidos
de todos sus inquilinos.

¡Necesito sentirte alrededor!
Quiero encontrarte en tus sacramentos,
En el reencuentro con tu perdón,
en la escucha de tu palabra,
en el misterio de tu cotidiana entrega radical.

¡Necesito sentirte dentro!
Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres,
en la convivencia con mis hermanos;
en la necesidad del pobre
y en el amor de mis amigos;
en la sonrisa de un niño
y en el ruido de la muchedumbre.

¡Tengo que verte!
Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser,
en las capacidades que me has dado,
en los deseos y sentimientos que fluyen en mí,
en mi trabajo y mi descanso
y, un día, en la debilidad de mi vida,
cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo”.

Teilhard de Chardin[4]

2014 © Adrian Alberto Herrera.  Todos Derechos Reservados.
Foto principal por Cornelia Kopp ventana por Christian Holmér

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